domingo, 3 de enero de 2016

Memorias

Cuando  era una niña creía que vivir en la ciudad era la mejor de las ideas, pero me estaba convenciendo de algo que por supuesto no es totalmente cierto.
Siempre he sido de familia de naturaleza, mi madre se había criado en un rincón de este pequeño paraíso totalmente ajeno a la civilización, recuerdo que de niña siempre iba de visita a ver a los abuelos, yo siempre lloraba y berrinchaba porque por esos trayectos me mareaba, era algo por lo que no estaba dispuesta a pasar y siempre me ponía con el ceño fruncido.

Recuerdo que salíamos a hora muy temprana, porque eran muchos kilómetros me decían, y a mi no me gustaba tener que madrugar, por el camino pasaba de ver coches y negocios hasta senderos, árboles, personas de viejas costumbres, en fin, otro mundo.

Siempre deseaba llegar a mi destino para que se acabara el mal trago que pasaba en el trayecto de camino en el coche, las carreteras con grandes curvas para los niños pequeños es lo que tiene, pues un niño pequeño es hedonista, se aleja del dolor y se acerca al placer, cierra los ojos y se sumerge en su mundo tanto, que no aprecia lo que es posiblemente otro mundo ajeno a ellos.
Una vez llegaba, lo cierto es que siempre me recibían bien, lo cual no entendía muy bien por qué, sólo quería que me dejaran un respiro después de horas sentada y a la espera, pero a pesar de ello, me servían el desayuno en la cocina, y a mis padres el típico café mañanero que se agradece en un ambiente tan frío. Esa es otra, odiaba el frío, a los niños no les gusta sentirse no cálidos por eso, más se sumaban las razones por las cuales encerrarse a no apreciar un sitio así, donde no tener amigos para jugar lo que restaba más puntos.

A medida que iba pasando el día, me iba acomodando a aquel lugar, un lugar de familia acogedor, donde recuerdo que un abrazo a mis abuelos siempre me hacía sentir bien, esas comidas que te prepara la abuela que repites dos o tres platos más, un lugar lleno de apreciables animales, limoneros, naranjeros, flores y llamativos árboles. Recuerdo que sobre el mediodía a las 12:00 aproximadamente, salía el sol, y en los días de primavera aquello era tremendamente lujoso, solíamos reunirnos todos  a pasar el rato bajo el sol en el patio de la entrada, yo como niña haciendo de las mías y los adultos contando anécdotas. Hasta que pasaba otro fin de semana y se repetía la misma historia, la de resistirme a aquello.


Pero la verdad que con los años y la edad, vas creciendo en etapas de presión, estrés y mucho que desear y la verdad que necesitas desconectar de vez en cuando.


Desde hace unos pocos años atrás, empecé a abrirme a otras ideas, y dicen que quien logra abrirse a otras ideas nunca vuelve a su tamaño original, pues definitivamente yo logré ese paso. 
Me percaté de que me encantaba lo diferente, me encantaba la paz, la tranquilidad, el aire puro, disfrutaba en la naturaleza, era el lugar idóneo para una persona introspectiva como yo
Recuerdo que habían días que quería que llegara para poder estar en ese sitio, me llevaba mis apuntes para estudiar, me encantaba estar estudiando bajo el sonido de los pájaros y los árboles, en un rincón donde podías procesar mucho mejor la información que leías. Otras veces me llevaba libros para envolverme en aventuras que te hacen vivirlas en primera persona, en compañía de todo aquello y de vez en cuando de los sonidos de los moteros que rondaban por la zona. Cada amanecer era una bendición, tu vista te da las gracias de vez en cuando por lo que le regalas y te das el lujo de guardar. Todo aquel que lo ha vivido sabe de lo que hablo.



Pero definitivamente, no sólo me quedo con ese recuerdo, habían dos personas que habitaban aquella casa, y uno de ellos en concreto, fue la persona que más me marcó, sobre todo porque empecé a pasar más tiempo con él cuando tenía uso de razón.

Él era la persona que quedaba, abundaba la casa de compañía, no hablaba mucho, pero sabíamos que algo había. Realmente me reconfortaba ver que él estaba allí, descansando tras muchos años de vida, de darlo todo, descansando de lo que para mí empezaba. Siempre me daba bromas, yo solía mirarme mucho en el espejo y él se reía. Ahora que ya no está, ese lugar ya no es el mismo, ya no voy tanto como antes, y no se imaginan las ganas que siempre tengo de revivir aquellos momentos, todos los días me acuerdo de él, hace tres años que no está, pero para nosotros es sólo una pérdida física.












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